Sunday, December 06, 2009

Un equipo de chicas


Problemas y más problemas en el trabajo. Agenda llena, citas imprevistas, bomberazos, plazos que se cumplen, peticiones de último minuto acompañadas de la advertencia: “Era para ayer”. Sin tiempo para un café, ni un minuto libre para llamar a mi madre, ni siquiera puedo bajar a comer.
Pido sushi, como en el escritorio con los ojos pegados en la hoja de excel. Llega la directora y grita: “¡Por qué carjos huele a camarón en esta oficina!” Del susto, derramo la salsa de soya encima del teclado. Suena el celular. Mis amigas me están esperando hace media hora en el comedor, olvidé el cumpleaños de Ponce.
Mail de finanzas: Urge el presupuesto para mañana. Siento que me hundo adentro de mí misma. Necesito aire. Subo las escaleras de emergencia rumbo a la azotea. Jalo la puerta, tiene puesto el seguro. Me rindo. Lloro mi estrés en sentada en el último escalón.
Ya más tranquila, bajo a la oficina. Escucho el barullo de las chicas que regresan de comer. Me encuentran francamente descompuesta. Y entonces se ponen en acción: una me abraza, otra termina de limpiar el sushi, otra me prepara un té, otra pone en su compu mi canción favorita y baila para hacerme reír. Una saca de su bolsa un perfume y, como si espantara a la apestosidad del día, rocía sobre nosotras una nube que huele a cítricos y mango. El mensajero, desde su escritorio lleno de papeles y sobres amarillos, nos observa entre contento e intrigado. Lágrimas y risas al mismo tiempo. Todas me animan: “Vamos, sólo es un mal día, falta poco para que termine.” “¿En qué te ayudamos?”De pronto me encuentro acompañada por un grupo de chicas recordándome que, pase lo que pase, no estoy sola.
Esas chicas son mi EQUIPO, mi pequeña familia provisional en la que –nos guste o no, igualito que en las familias consanguíneas– una crece y aprende a enfrentar el mundo, porque las oficinas son pequeños microcosmos de esa grande, incomprensible y cruda realidad llamada mundo.
Encontrarse con un buen equipo de chicas no es cuestión de suerte, hay que construirlo todos los días. Ninguna es perfecta, todas somos emocionales, viscerales, multitareas –o de plano dispersas, según el caso– tenemos síndrome premenstrual y menopausia precoz, decimos “aaaa” en coro cuando alguna lleva a su bebé, contamos chismes en medio de una reunión de presupuestos, ponemos flores en el escritorio, tenemos maquillaje, chocolates y crema para manos en nuestro cajón… No es nada desconocido para nadie: las mujeres terminamos por convertir la oficina en una especie de “segundo hogar”.
Y es que cuando una pasa tantas horas (casi siempre más de ocho) construyendo ideas, resolviendo broncas, concretando sueños, padeciendo los desatinos propios y ajenos, lidiando con las reglas laborales masculinas y hasta añorando un mejor sueldo, se va formando un pequeña tribu femenina, un gallinero de hormonas, a decir de los hombres; una red compleja pero solidaria, según las mujeres.
Mi experiencia con equipos de mujeres ha sido una vivencia entrañable. La cantidad de energía e ideas, el nivel de entrega, compromiso y comprensión se convierten en un impulso diario, en una inspiración; hay chicas que hacen la triple jornada, son madres, esposas y excelentes profesionistas.
En cambio, cuando he estado en algún equipo mixto, he notado que se mueven relaciones muy extrañas, hay tensiones sexuales y de género que le meten ruido al trabajo… y también cierta hostilidad silenciosa de la que poco se habla en las reuniones de Recursos Humanos.
Creo que lo que hace funcionar a estas pequeñas tribus femeninas son ciertas reglas invisibles pero infalibles: no pisar a la de junto para sobresalir, no traicionar, compartir información importante (desde un memorandum hasta un tip de maquillaje), saber pedir ayuda sin abusar del drama, dar consejos, ser justa y flexible, hacer bien tu parte y contribuir con una sonrisa o un perfume o un piropo o una toalla femenina o un lápiz labial o un par de oídos en tiempo de crisis familiar o amorosa.
Quizás la clave para funcionar entre chicas es cambiarnos el chip reinante en el ámbito del trabajo. Siempre será mejor destacar en equipo que ser la más chida de la oficina… y también la más sola. No es fácil, pero la vida en sí misma tampoco lo es. Hay que sacarnos al macho laboral que nos han inculcado y hacer equipo entre nosotras para poder hacer equipo con los demás.
Olvidémonos de ser perfectas y competitivas al modo de los hombres, hay que ser honestas y solidarias. Puedo asegurarles que estar con un equipo de chicas que siguen estos principios, más que un reto, es un placer.
LAS AMO MIS NILÑAS, GRACIAS POR TODO!

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